lunes, 7 de febrero de 2011

Tardes de enero

Les gustaba hacerse un pequeño fortín de mantas y amor en el sofá, sobre todo los domingos de enero por la tarde. Se atrincheraban entre cojines, besos y latidos acelerados y así aguantaban las embestidas de las tardes azules y violetas que morían desde su ventana. Ella refugiaba su pequeño cuerpecillo apretándose contra él, su pelo reptando en curvas imposibles por su pecho, un caos de piernas y brazos enredados. Solo existía el sonido de su corazón y los colores de la muerte de otro día de enero. A veces le gustaba que fuera él quien buscase refugio en su pecho, como el niño pequeño que se asomaba a sus ojos cuando reía y hacía que se fundiera el hielo. Se refugiaban en el sofá y volaban tan alto como sus sueños, sitiéndose inmortales, al calor del amor, luchándo contra el mundo y las tardes de enero.

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