lunes, 31 de agosto de 2009


Me acuerdo de aquella noche. Jugábamos a escondernos tras la música y la oscuridad, ocultos en el barullo asfixiante de las últimas noches de un verano perezoso, mientras nuestros ojos se buscaban sedientos. Yo deseaba que me desearas y me contoneaba bajo mi forma de pavo real, siempre en la distancia, esperando otro cruce fugaz de tus ojos brillantes de lujuria con los míos. Tu parecías perdido pero me encontraste allí, justo donde debía estar, un amante en mi puerta, y nos enredamos contra aquel cuchitril de pasión 2.0. Luego, cómplices de un fuego que nadie más parecía ver, sofocamos las llamas con guiños traviesos de complicidad. Y caímos enredados en mi cama, un barullo de pies y manos y una extraña liberación, como esa certeza que te coge desprevenido, cuando ya no esperabas una respuesta, para hacerte saber que, de algún modo, ya nada en tu vida volvería a ser igual.

martes, 25 de agosto de 2009


"Si algún día me llamaras
y me dijeras que no vas a volver más
no tengo claro lo que haría,
creo que saltaría;
la ventana es un buen lugar para escapar"


Te echaré de menos. (Los Piratas)

miércoles, 19 de agosto de 2009

Seca


Esta mañana, excepto algún momento de fragilidad, he estado "serena". Sinceramente, creo que, aún entonces, cargando tus maletas en el coche, no me quería creer que todo esto era verdad: que tu te ibas para quién sabe si volver.

Ha sido en el aeropuerto, en el momento de despedirme de ti, ya ante la entrada de la zona de seguridad y aduanas, cuando me he dado cuenta de que no estaba teniendo otra de esas estúpidas pesadillas mías y que no iba a despertarme en nuestra cama y descubrirte a mi lado durmiendo plácidamente. En ese momento, he llorado de tristeza y rabia, de dolor, de incertidumbre, de ilusiones rotas.

No quería alargar la despedida, porque sabía que, si no te marchabas pronto, no iba a ser capaz de dejarte ir. Me he pegado a la cinta que ponen en zigzag para que la gente haga cola y te he mirado acercarte al lugar donde te dan esas bandejitas de plástico. Luego, durante una fracción de segundo he sentido auténtico pánico: ya no te veía. No podía creer que te hubieras escapado así, sin girarte a ver si miraba, sin un último saludo. Entonces te he vuelto a ver, pasando el arco de seguridad, y he respirado de nuevo. Tu te has girado (sabiendo que yo estaría allí) y me has saludado con la mano, son esa sonrisa de medio lado que me encanta. Y luego, ya está, solo has sido un flashazo entre un mar de gente.

Me he ido al coche llorando. No me ha importado que la gente me mirase: unos con curiosidad; otros, con compasión; incluso alguno diría que comprendiendo mi pena. Luego, tu llamada, que no he podido alargar más por miedo a ser incapaz de coger el coche después.

Fíjate, esa chorrada de conducir me ha serenado bastante. El acto rutinario, mecánico y que exige tanta concentración ha sido justo lo que necesitaba para dejar mi mente en blanco durante 2 preciosas horas. La verdad que mi hermana me ha ayudado muchisimo, sacando un tema de conversación tras otro, ayudándome a no pensar.

Después, al llegar a Murcia, hemos tenido una idea nefasta: mi hermana quería recuperar el Guitar Hero y le he dicho que pasaríamos por el piso a por él. Un enorme error.

Al entrar a casa, todo estaba tan vacío, tan en silencio, tan triste. En el cuarto de baño, tu cepillo de dientes aún estaba al lado del mío. En la nevera quedaban yogures, chorizo pamplonica y algunas de tus cosas. La garganta ha empezado a arderme. Y ha sido entonces cuando me he dado cuenta realmente de lo duro que va a ser esto. (He tirado tu cepillo a la basura. Tu comida, se la he dado a mi madre, para que la gasten ellas.)

La vuelta al pueblo la he hecho en la parte de atrás del coche, en silencio, llorando. Llorando porque nunca más podré abrazarte en la cama por la noche, aunque sea verano y me des calor. Llorando porque nunca más me esperaras a medio día con un beso en los labios y una sonrisa en la cara para comer conmigo, aunque sean las 4 de la tarde. Llorando porque nunca más me llamarás bebe, ni enterrarás tu cabeza en mi pecho, ni me abrazaras cuando esté triste o tenga un mal día. Llorando porque ya no estás y no sé qué hacer con el espacio que me sobra alrededor.

Esto va a ser muy duro, mi amor. Y esta semana fuera no me va a servir más que para alargar el momento en que me tenga que enfrentar a la soledad de una casa que me grita por todas partes tu ausencia.

Creo que me voy a quedar seca por dentro de tanto llorar.

jueves, 6 de agosto de 2009

Einstein


Una vez Albert Einstein le escribió una carta a un amigo, Max Born, en la que decía: “Solo hay dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana, y no estoy muy seguro de lo primero.”

Algo así pensaba yo esta misma mañana cuando, viendo las noticias mientras me preparaba para ir a trabajar, he escuchado que hoy es el aniversario de un acontecimiento infame: el bombardeo nuclear contra Hiroshima perpetrado por los (¡Oh!¡salvadores de la humanidad!) americanos. Un “pequeño experimento social” (a la par que demostración de fuerza bruta por parte de esta “civilizada” sociedad) que les quitó de golpe las ganas a los japoneses de jugar a la guerra.

En la tele hablaban de cientos de miles de muertos, como el que habla del tiempo, y yo no he podido más que preguntarme acerca de lo que vendría después, de las consecuencias a largo plazo de esos ataques y qué pasaría, hoy en día, con todo el arsenal nuclear repartido por el mundo (entre países más o menos beligerantes, más o menos “peligrosos”) que se conoce y, lo que es peor, aquél de cuya existencia no tenemos ni la menos idea.

Solo una raza tan estúpida como la humana sería capaz de fabricar en serie, como si fueran churros, unas armas cuyo uso no solo aniquilaría al enemigo sino a toda la humanidad (incluidos aquellos que decidieran hacer uso de él) en un abrir y cerrar de ojos. Hay una especie de “leyenda urbana” por ahí que dice que, actualmente, existen la suficientes armas nucleares como para erradicar la vida sobre la faz de la Tierra varias veces.

Y yo, que seré muy ingenua, me pregunto ¿para qué?¿Cuál es el motivo de gastarse una burrada de miles de millones (o quién sabe si billones) de dólares en un arma que, si se usa, no dejará títere con cabeza?¿Quién nos asegura los efectos a largo plazo de ese material?¿Por qué crear una arma que es indestructible, literalmente? Porque el problema de estas armas no es ya el daño directo que causan en el momento de su lanzamiento sino lo que viene después.

Todos hemos oído hablar del invierno nuclear y de las horribles mutaciones tanto humanas como animales y vegetales a consecuencia de la radiación así como de las incontables enfermedades que surgen después de una exposición prolongada a los efectos invisibles, pero letales, del uranio pero, realmente, nuestros conocimientos sobre la materia son todavía (por suerte) muy escasos. Después del desastre de Chernobil, por ejemplo, aún no sabemos cómo, ni cuándo, esa zona volverá a ser “segura” y la vida en ella será “normal”(si es que vuelve a serlo algún día) y eso que fue un “pequeño” incidente comparado con la potencia del arsenal nuclear mundial.

En todo eso pensaba yo esta mañana mientras me deba cuenta, aterrorizada, de que nosotros seguimos aquí, creando armas nucleares al peso, dejándolas en manos de cualquier cacique local o superpotencia mundial con poco seso y mucha pasta que, un día, se levantará con el pie izquierdo y nos mandará a todos a freír monas. Y entonces, he pensado en Einstein.