lunes, 4 de junio de 2012

El juego

Selene adoraba el juego. El juego era la mejor parte. Esa feria de egos, ese choque de ingenios y vanidades que se medían, se rozaban lascivas sin llegar a tocarse, midiendo el hambre ajena con palabras mordaces. Le encantaba ponerse su traje de pantera y salir a cazar furtivamente, buscando insaciable un nuevo contrincante, una nueva presa, víctima y a la vez verdugo de ese carrusel de sonrisas, charlas insulsas, silencios, carcajadas y disertaciones que tanto la divertía, esa odisea cuya Ítaca siempre era de sábanas blancas. A veces le gustaba hacerse el ratoncillo, víctima inocente de ojos acuosos, solo para dar un zarpazo mortal en el momento más inesperado. Otras, se escondía tras la maleza de color cereza de su copa, observando y acechando, midiendo a su víctima tras enigmáticas sonrisas mientras decidía lánguidamente si merecía el esfuerzo devorarla. Y es que a Selene la perdía el juego. Porque, ¿de qué servía un animal salvaje una vez enjaulado?