viernes, 29 de octubre de 2010

Luna color pomelo


Podía ver el hambre en sus ojos, ahora un poco opacos, mientras la noche se estiraba, perezosa, antes irse a dormir tras mi ventana.


Yo engullía a grandes bocados los últimos jirones de oscuridad de esta noche sin nubes, de luna llena, enorme y baja, que reinaba en las horas previas al alba con un color rojo sangre que la hacía, si cabe, más apetitosa.

Clarette me observaba con sus enormes ojos acuosos, fijos, muy abiertos, como de niña la mañana de Navidad, y las pequitas que poblaban su naricilla se torcieron en un gesto de inocente curiosidad mientras balanceaba sus morenas y delgaduchas piernecillas, que se precipitaban al vacío, insensatas funambulistas, desde la repisa de la cocina.

- ¿A que sabe? - espetó

- A que sabe, ¿qué? – repliqué, molesta. Sabía que no me gustaba la charada mientras como.

- Pues eso, tonta, – su risa sonó, clara, cristalina, como los rayos que iluminaban el cielo en mis tormentas favoritas – la oscuridad

Me quedé pensativa, mientras, inconscientemente, Clarette se inclinaba hacia delante, a la espectativa.

- Uhm…Yo diría que a tarta de moras – concluí, guiñándole un ojo. Sabía que le encantaba mi tarta de moras.

Sus enormes ojos se ensancharon, ocupando casi toda su cara, tanto, que temí que acabaran por desbordarse y ya nadie pudiera contenerlos y  que Clarette acabara siendo una atracción de circo: la chica de los ojos desbordados siempre sorprendidos.

- ¡Dejame probar! Por fi, por fi, por fi, por fiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii

Había brincado de la repisa con un movimiento de esos suyos, como de gacela, de los que me hacían temer por la seguridad de sus huesos de pajarillo y giraba a mi alrededor en pequeños saltitos, con los ojillos locos de contentos y las pecas suplicantes.

- Esta noche no, ya casi está aquí tu amanecer y, ¡mira!, parece que asoman nubes.

De repente, todo su interés por mi desapareció, y gorjeando de puro placer, se abalanzó sobre la ventana, esperando uno de sus amaneceres favoritos.

Yo acabé mi oscuridad, pensativa. Clarette no podía probarla, eso estaba claro. Era demasiado pecosa, flacucha y alegre; tenía demasiado de niña inocente en esos enormes ojos azules suyos y no iba a ser yo quien se lo arrebatara. Además, jamás en la vida podría dejarla descubrir que le había mentido. Pero, ¿cómo podría ella soportar el amargo sabor de mi luna color pomelo de las noches de frío?

jueves, 28 de octubre de 2010

Odio el Invierno


Entraste en la habitación y me encontraste tapada hasta arriba con la sábana. Tus ojos chispearon y se rieron antes que tu voz, así que yo ya escuchaba tu risa, antes si quiera de que llegaras a articularla.

- Odio el invierno - dije, consciente de que estaba torciendo el gesto, los labios fruncidos y el entrecejo arrugado, con esa mueca de niña pequeña que me sale cuando estoy obstinada.

Tu risa se convirtió en carcajada y me miraste, con los ojos inundados de ternura líquida, mientras te desnudabas.

- Pues a mi me gusta - me replicaste.

Yo sabía que mi torpe intento de gesto de enfado había desparecido por completo de mi cara y que, probablemente, ahora mismo solo tuviera mi cara de pez bobo, con los ojos fijos en ti y la boca entreabierta en una media sonrisa, esa que decías que me hacía cara de chicote travieso, mientras observaba fascinada el proceso de redescubrirte una vez más.

- Pues yo lo odio- mi obstinación estaba de vuelta- hace frío, los días tienen más de noche que día, no apetece estar en la calle...

- Yo no lo odio para nada - respusiste, mientras te metías en la cama.

Me atragiste hacia tí y me abrazaste, rodeándome con tu calor y tu aroma, probablemente la mejor sensación del mundo para curar las heridas y los enfados tontos y, como siempre que estabas demasiado cerca, me perdí.

- Bueno - murmuré casi en un ronroneo - puede que esto del Invierno me llegue a gustar...

viernes, 22 de octubre de 2010

Selene no es mala chica



Selene no es mala chica, solo tienes que atreverte a conocerla. Es verdad que parece demasiado seria, con esos inmensos tristes ojos negros y la salvaje melena leonina enmarcando su cara de marfil, como de muñeca antigua; pero, si te atreves, puedes llegar a quererla, y mucho.

Aún recuerdo cuando la conocí, su gesto despreocupado mientras fumaba el cigarrillo como una suerte de asesinato con carmín, su chaqueta de cuero y aquellos vaqueros desgastados, perfecto estereotipo de chica mala en un lugar peligroso, de esos que te llevan a preguntar "¿que hace una chica como tu...?".

Selene me enseñó a amar la noche, su comida preferida, que almacenaba en esos grandes ojos tristes. Yo creo que por eso se le pusieron negros, de tanto tragar oscuridad, humo de cigarros y olor a vino rancio.

- La noche,- decía acodada en cualquier barra- puede darte lo que pidas; puede ser sórdida y mezquina, fría y solitaria, aterrorizante...o puede regalarte un millón de diamantes contra terciopelo negro, para que tu elijas.


Y, mientras decía esto, Selene, que en su vida había visto un diamante pero coleccionaba estrellas, hacía que sus ojos se funderan, como ónice líquido, y entonces, solo entonces, te dabas cuenta de cuánto la querías.

jueves, 21 de octubre de 2010

Clarette come amaneceres


Clarette se alimentaba de amaneceres. Yo nunca la entendí, siempre había pensado que la oscuridad tenía mejor sabor, pero ella se los comía a cucharadas con esos inmensos ojos azules suyos, nunca satisfecha, como una niña golosa a solas con un bote de Nocilla.

Decía que sus favoritos eran los de Noviembre, cuando el cielo estaba medio naranja medio amarillo, como en llamas, y la tierra aún azul oscuro con girones de niebla rodeando las montañas. Con una sonrisa en la boca, comiendose el nuevo día a grandes cucharadas, me repetía que eran más sabrosos, un poco ácidos y que los girones de niebla le hacían cosquillas en el paladar al fundirse su frío.

Yo siempre había preferido la noche, pero oyendo a Clarette hablar, con las mejillas encendidas de sus amaneceres favoritos,era imposible no dejarse llevar por el entusiasmo que derramaban sus ojos de cielo líquido.