- Odio el invierno - dije, consciente de que estaba torciendo el gesto, los labios fruncidos y el entrecejo arrugado, con esa mueca de niña pequeña que me sale cuando estoy obstinada.
Tu risa se convirtió en carcajada y me miraste, con los ojos inundados de ternura líquida, mientras te desnudabas.
- Pues a mi me gusta - me replicaste.
Yo sabía que mi torpe intento de gesto de enfado había desparecido por completo de mi cara y que, probablemente, ahora mismo solo tuviera mi cara de pez bobo, con los ojos fijos en ti y la boca entreabierta en una media sonrisa, esa que decías que me hacía cara de chicote travieso, mientras observaba fascinada el proceso de redescubrirte una vez más.
- Pues yo lo odio- mi obstinación estaba de vuelta- hace frío, los días tienen más de noche que día, no apetece estar en la calle...
- Yo no lo odio para nada - respusiste, mientras te metías en la cama.
Me atragiste hacia tí y me abrazaste, rodeándome con tu calor y tu aroma, probablemente la mejor sensación del mundo para curar las heridas y los enfados tontos y, como siempre que estabas demasiado cerca, me perdí.
- Bueno - murmuré casi en un ronroneo - puede que esto del Invierno me llegue a gustar...
No hay comentarios:
Publicar un comentario