jueves, 28 de octubre de 2010

Odio el Invierno


Entraste en la habitación y me encontraste tapada hasta arriba con la sábana. Tus ojos chispearon y se rieron antes que tu voz, así que yo ya escuchaba tu risa, antes si quiera de que llegaras a articularla.

- Odio el invierno - dije, consciente de que estaba torciendo el gesto, los labios fruncidos y el entrecejo arrugado, con esa mueca de niña pequeña que me sale cuando estoy obstinada.

Tu risa se convirtió en carcajada y me miraste, con los ojos inundados de ternura líquida, mientras te desnudabas.

- Pues a mi me gusta - me replicaste.

Yo sabía que mi torpe intento de gesto de enfado había desparecido por completo de mi cara y que, probablemente, ahora mismo solo tuviera mi cara de pez bobo, con los ojos fijos en ti y la boca entreabierta en una media sonrisa, esa que decías que me hacía cara de chicote travieso, mientras observaba fascinada el proceso de redescubrirte una vez más.

- Pues yo lo odio- mi obstinación estaba de vuelta- hace frío, los días tienen más de noche que día, no apetece estar en la calle...

- Yo no lo odio para nada - respusiste, mientras te metías en la cama.

Me atragiste hacia tí y me abrazaste, rodeándome con tu calor y tu aroma, probablemente la mejor sensación del mundo para curar las heridas y los enfados tontos y, como siempre que estabas demasiado cerca, me perdí.

- Bueno - murmuré casi en un ronroneo - puede que esto del Invierno me llegue a gustar...

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