martes, 24 de agosto de 2010

Llanto y molinillos I



Tumbada boca arriba en la cama, empecé a llorar. Lloraba de tristeza y de rabia, de desilusión y sueños rotos, de agobio que te oprime el pecho y no te deja respirar. Lloraba lento y bajito, un llanto tranquilo, de esos reposados, como los buenos vinos. Las lágrimas se deslizaban perezosas por mi sudada mejilla y mojaban la almohada poco a poco, haciendo un charquito de pena húmeda donde había creado los sueños que ahora me robaban.

Lloraba sola, como tantas otras veces, hasta que te diste cuenta y rodaste a mi lado.

- Ven aquí

Y me obligaste a girarme también hacia tí, como cuando empezábamos a besarnos antes de hacer el amor. Solo que, esta vez, te limitaste a abrazarme, me atrapaste entre la almohada, ya un mar sin remedio, y tu mejilla caliente.

- Te voy a mojar
- Me da igual

Me dejaste ahí, llorando, murmurando incoherencias sobre mi rabia y mi pena. Y me besabas las lágrimas, te bebías mi tristeza para sacarla dentro de mí, para compartir un poquito el peso de los escombros de mi ilusión.

Me abrazaste hasta que me calme, en silencio, me secaste la mejilla con el dorso de la mano y esperaste.

- Vamos, tengo ganas de dar un paseo

No hay comentarios: