lunes, 29 de junio de 2009

El carrito


“Empujaba su carrito de miserias, pequeños tesoros mugrientos rescatados de un indigno final entre la basura. Como él.

Arrastraba tras de si sus propias penas como esas latas que en las películas americanas atan a los coches de los recién casados. Las suyas también retumbaban a los ojos de los demás.

Regaba la tristeza con sus ojos acuosos que miraban sin mirar y sin ser vistos cuando la gente desviaba sus importantes cabezas en la dirección opuesta repentinamente atraídos por algún escaparate imaginario como los niños las vísperas de Reyes ante una juguetería.

A nadie le importaba lo triste de su historia, como una tragedia griega caída en el olvido de los siglos. Nadie recordaba cuán importante había sido, como esa antigua cinta de VHS que, un día, simplemente dejó de ser útil.

Sólo un pequeño corazón fiel, que lo amaba como nadie nunca lo hizo ni lo hará, lo acompañaba incansable, con sus ojitos brillantes como ascuas en el frío que lo rodeaba, saltando y trotando a su alrededor y su pequeño rabito moviéndose siempre alegre, como intentando espantarle las penas que arrastraba mientras continuaba empujando su carrito de miserias.”

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