lunes, 27 de abril de 2009

Tu recuerdo

Te recuerdo como siempre: grande, sorprendentemente ágil, frenética ardillita imparable enfundada en tu “babi” azul con puntitos blancos, moviéndote de acá para allá en la diminuta cocina de tu casa de Mazarrón.

Recuerdo el olor a buñuelos recién hechos y chocolate caliente en las mañanas de verano, cuando mis padres me dejaban que pasara allí unas semanas contigo. Recuerdo tu granizado de limón casero y tus “mini-polos” hechos con una cubitera y palillos. Recuerdo tu bañador negro y cómo te gustaba quedarte conmigo cerca de la orilla mientras yo buceaba. Recuerdo las meriendas con galletas María y chocolate a la orilla del mar, cuando el hambre atacaba feroz después de pasarnos tantas horas en el agua que se me arrugaban las yemas de los dedos.

Recuerdo cómo te gustaba malcriarme, me consentías casi todo (al fin y al cabo fui tu primera nieta, aunque a los demás también los consentías). Recuerdo lo estupendo que era que me dejaras ponerme tus faltas, que me servían de vestido y aún me arrastraban, y tus tacones y que me paseara zapateando por toda la casa. Recuerdo lo estupendo que era saltar en tu cama, tan blandita y enorme y cómo me decías susurrando: “no se lo digas a tu madre”, aunque tu ya sabías que ella lo sabía y se hacía la tonta. Recuerdo tu caldo con pelotas y tu guiso de carne con patatas que tanto me gustaban y que no faltaban siempre qui iba a visitarte. Recuerdo las tardes jugando a las cocinitas en el patio de tu casa, rodeada de una batería de cocina en miniatura y con un puñadito de lentejas, garbanzos o habichuelas que siempre me dabas de tapadillo y que me hacía sentir tan “mayor”.

Recuerdo tu voz, grave y dulce al mismo tiempo y ese “seseo” que susurraba a gritos tu lugar de procedencia. Recuerdo tu fuerza y tu vigor, siempre haciendo algo o apunto de hacerlo. Recuerdo tus manos, grandes y ásperas de tantos años de trabajo. Recuerdos tus ojos vivos y brillantes, que parecían estar sonriendo siempre.

Pero ya no recuerdo más. Tus últimos años, cuando esa enfermedad cruel dejó tu cuerpo como una cáscara vacía, un mero envoltorio de lo que una vez fuiste, no existen para mí. Cuando el brillo de tus ojos se apagó y se convirtió en una acuosidad opaca, dejaste de ser tú.

Por eso te recuerdo como siempre, dicharachera y hacendosa, moviéndote por tu cocina con la vieja radio de fondo y tu “babi” azul con puntitos blancos revoloteando alegremente en torno a tu enorme corpachón.





Hasta siempre, abuela.

No hay comentarios: