miércoles, 19 de agosto de 2009

Seca


Esta mañana, excepto algún momento de fragilidad, he estado "serena". Sinceramente, creo que, aún entonces, cargando tus maletas en el coche, no me quería creer que todo esto era verdad: que tu te ibas para quién sabe si volver.

Ha sido en el aeropuerto, en el momento de despedirme de ti, ya ante la entrada de la zona de seguridad y aduanas, cuando me he dado cuenta de que no estaba teniendo otra de esas estúpidas pesadillas mías y que no iba a despertarme en nuestra cama y descubrirte a mi lado durmiendo plácidamente. En ese momento, he llorado de tristeza y rabia, de dolor, de incertidumbre, de ilusiones rotas.

No quería alargar la despedida, porque sabía que, si no te marchabas pronto, no iba a ser capaz de dejarte ir. Me he pegado a la cinta que ponen en zigzag para que la gente haga cola y te he mirado acercarte al lugar donde te dan esas bandejitas de plástico. Luego, durante una fracción de segundo he sentido auténtico pánico: ya no te veía. No podía creer que te hubieras escapado así, sin girarte a ver si miraba, sin un último saludo. Entonces te he vuelto a ver, pasando el arco de seguridad, y he respirado de nuevo. Tu te has girado (sabiendo que yo estaría allí) y me has saludado con la mano, son esa sonrisa de medio lado que me encanta. Y luego, ya está, solo has sido un flashazo entre un mar de gente.

Me he ido al coche llorando. No me ha importado que la gente me mirase: unos con curiosidad; otros, con compasión; incluso alguno diría que comprendiendo mi pena. Luego, tu llamada, que no he podido alargar más por miedo a ser incapaz de coger el coche después.

Fíjate, esa chorrada de conducir me ha serenado bastante. El acto rutinario, mecánico y que exige tanta concentración ha sido justo lo que necesitaba para dejar mi mente en blanco durante 2 preciosas horas. La verdad que mi hermana me ha ayudado muchisimo, sacando un tema de conversación tras otro, ayudándome a no pensar.

Después, al llegar a Murcia, hemos tenido una idea nefasta: mi hermana quería recuperar el Guitar Hero y le he dicho que pasaríamos por el piso a por él. Un enorme error.

Al entrar a casa, todo estaba tan vacío, tan en silencio, tan triste. En el cuarto de baño, tu cepillo de dientes aún estaba al lado del mío. En la nevera quedaban yogures, chorizo pamplonica y algunas de tus cosas. La garganta ha empezado a arderme. Y ha sido entonces cuando me he dado cuenta realmente de lo duro que va a ser esto. (He tirado tu cepillo a la basura. Tu comida, se la he dado a mi madre, para que la gasten ellas.)

La vuelta al pueblo la he hecho en la parte de atrás del coche, en silencio, llorando. Llorando porque nunca más podré abrazarte en la cama por la noche, aunque sea verano y me des calor. Llorando porque nunca más me esperaras a medio día con un beso en los labios y una sonrisa en la cara para comer conmigo, aunque sean las 4 de la tarde. Llorando porque nunca más me llamarás bebe, ni enterrarás tu cabeza en mi pecho, ni me abrazaras cuando esté triste o tenga un mal día. Llorando porque ya no estás y no sé qué hacer con el espacio que me sobra alrededor.

Esto va a ser muy duro, mi amor. Y esta semana fuera no me va a servir más que para alargar el momento en que me tenga que enfrentar a la soledad de una casa que me grita por todas partes tu ausencia.

Creo que me voy a quedar seca por dentro de tanto llorar.

No hay comentarios: