viernes, 27 de marzo de 2009

"El Cachirulo"


Esta mañana, de camino al trabajo, he observado una escena que me ha hecho sonreír. Luego, llegando a la oficina, me he puesto a reflexionar.

El caso es que, llegando a una replaceta de mi pueblo donde hay una heladería, he observado a una chiquillería, vestidos con el uniforme de algún colegio, que se acercaba a la heladería en cuestión. Y, de repente, ha surgido un gran alboroto, risas y un “¡¡¡Bieeeeeeeeeen!!!” de esos que sólo los niños son capaces de lanzar. Y yo, ingenua de mi, pensaba que tan efusiva muestra de regocijo se debía a que los profesores, en un alarde de generosidad extraordinario, iban a comprarles un helado a los chiquillos. Nada más lejos de la realidad: el alboroto se debía a los malabares improvisados de uno de esos personajes típicos y pintorescos de cada pueblo, que aquí tiene el poco original nombre de “El Cachirulo”. Y, entonces, he sonreído.

El Cachirulo es un abuelote, de edad indeterminada, que haces malabares con su bastón cada ves que se cruza con un grupo relativamente nutrido de público entusiasta y potencial: los niños. Igual lo lanza al aire mientras gira sobre sí mismo y lo coge con la palma de la mano abierta que le pone una serie de botellas de detergente vacías en la punta arriba y se pasea con el haciendo círculos. Hasta aquí nada más de extraordinario. O sí. Porque este hombre de edad indeterminada lo es de verdad.

Yo no sé cómo funciona la memoria humana, si es posible tener recuerdos de muy pequeño, pero resulta que yo sí que tengo un recuerdo de la guardería. Mi guardería, que ahora se llama Clara Campoamor, tenía ese típico patio de guardería con sus columpios, sus toboganes, y esas ruedas neumáticas clavadas al suelo y pintadas de colores que tan divertidas eran. Lo normal en una guardería, supongo. Pero había algo más. El patio de mi guardería lindaba (y aún linda) con un parque municipal, el “parque de los patos”, y por él, indefectiblemente a la hora en que salíamos al recreo, se paseaba “El Cachirulo”. Recuerdo que nosotros ya le conocíamos (a él y a su bastón acróbata) y él, haciendo se el interesante, fingía pasear por el parque. Entonces nosotros nos acercábamos a la valla que nos separaba del parque y le llamábamos con todas nuestras fuerzas : “¡¡¡Cachirulooooooooo!!!¡¡¡Cachiruloooooo!!!”. Él se giraba y sonreía, y daba comienzo a la función.

Todo esto pasaba hace 20 años y hoy, como por casualidad, me he vuelto a cruzar con él. Y sigue tal y como lo recordaba, un hombre mayor, pero no viejo; en el limbo de una edad indefinida, acompañado indefectiblemente de su bastón y aún haciendo reír a los niños.¿Es esto posible?¿de dónde ha salido este ilusionista de la sencillo?¿cómo puedo seguir igual que hace 20 años?

Esas preguntas me han tenido un rato pensando en ese hombre y, por eso, quería ofrecerle este modesto y anónimo homenaje. Una breve nota acerca de la vida de un hombre que no pasará a los libros de la historia del municipio, que nunca será nada más que un señor de edad indefinida que se pasea con su bastón, esperando a los niños, pero que siempre tendrá un lugar en el recuerdo de todos aquellos a los que, alguna vez, nos hizo o nos hace sonreír.

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