sábado, 1 de marzo de 2008

Caballeros de la vieja escuela

El otro día, patinando por la calle, me encontré a uno de esos abueletes que yo defino como "Caballero de la vieja escuela". Venía de comprar, porque llevaba unas cuantas bolsas colgando del brazo, y al pasar yo, me cedió el paso sin dudarlo, con una sonrisa radiante y un ademán tan encantador que no pude sino pensar que, cuando fue joven, se tuvo que llevar a las señoritas de calle.
Y, al pasar, me quedé pensando que era una pena que ya no queden muchos como él. estos abueletes que ves con su traje de chaqueta (sea invierno o verano, la elegancia manda); su sombrero de fieltro, que retiran o levantan respetuosamente delante de una dama; su flor en el ojal o su pañuelo blanco inmaculado en el bolsillo.
Esos caballeros que sabían qué era el honor, la dignidad, el respeto hacia ellos mismos y hacia los demás. Esos que vieron los horrores de una guerra, de una lucha entre hermanos; las penurias del ambre y la postguerra; el yugo de un régimen que los ahogó durante cuarenta años; y de los que ningún gobierno se acuerda.
Son hombres como lo fue mi abuelo o como lo pudo ser el de cualquiera y ahora son una especie en peligro de extinción; el último reducto de una generación que nadie recuerda, que nadie homenajea, a quienes ninguno de nuestros hipócritas políticos dedica la más mínima atención ahora que estamos en campaña, y es que, admitámoslo, un sector tan minoritario no interesa a nadie.
Menos a sus nietos.
Yo añoro a esos caballeros. Esos que te hacían sentir mujer sin discriminarte, sino radiantes y respetuosos, con una sonrisa, porque una mujer era el ser más bello y delicado, como la flor que colocaban con un mino infinito en su ojal.

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